Manu Wattecamps-Etienne es un auténtico vagabundo de los mares. Inspirado por el viaje del Damien y las aventuras de Moitessier, navega en solitario desde los 19 años, cuando llega a comprar su primer barco, un Super Challenger que bautiza “Chimère”. Pero es a bordo de su segunda “quimera”, un Glénans 33, que el joven bretón captura sin querer la atención de los medios de comunicación: el 20 de octubre de 2015, a unas 400 millas al sur de Cold Bay (Alaska) trás un vuelco que daña irreparablemente su barco, enciende su radiobaliza. El rescate, por 40 nudos de viento y oleaje de 6/7 metros, es filmado por los US Coast Guards y el video empieza a difundirse en internet. El caso se vuelve aún más notorio ya que Manu logra salvar también a su pequeña mascota, una gatita llamada Pipalup.
”
Noche infernal. A palo seco, la caña atada a sotavento, La Chimère deriva al través, la regala constantemente sumergida. Como el barco no apunta suficientemente hacia las crestas, decido ir a proa para lanzar un ancla flotante. Me preparo concienzudamente, tomándome el tiempo de preparar bien la estacha para no tener nada más que amarrar, tirar, y volver a encerrarme en la cabina. Justo antes de salir, respiro profundamente y me doy un par de bofetadas en toda la cara para meterme las pilas. No estoy nada en forma, desde el principio de la tempestad, no sé porqué, pero tengo las piernas que tiemblan y las ideas lentas. Además hay algo en el aire, el olor a algo, esta vez no lo veo claro.
Agarro varios comprimidos efervescentes de vitamina C, la botella de bourbon, y me lo trago todo de un tirón. Cuerpo y espíritu se calientan, los efectos del horrible sabor de la mezcla no tardan en darme la fuerza esperada. Agarro la manija de la puerta, que tiembla locamente bajo la fuerza de las ráfagas, cuento hasta tres, luego abro y me tiro al campo de batalla. Entonces empieza el combate.
La lluvia me azota la cara, no me deja abrir los ojos. A ciegas, en el medio de una furiosa ebullición, me arrastro por la cubierta hasta la proa. La mar se levanta en las ráfagas, envolviéndome en una bruma salina demoníaca que me azota. El barco escora de repente hasta a la horizontal, sin embargo veo venir la ola y me agarro a tiempo. Luego aprovecho de la breve encalmada habitual que sigue a las ráfagas para alcanzar la proa. Mantengo la sangre fría (y no es un juego de palabras) porque sé que la precipitación puede a veces llegar hasta a hacerme olvidar el más básico de mis gestos cotidianos. Afirmo la estacha, la tiro por la borda, me arrastro en el otro sentido. De un breve vistazo llego a asegurarme que todo sigue en su sitio: jarcias, timón, piloto de viento, paneles solares, etc.
En el instante en el que cierro la escotilla detrás de mí, nuevamente al abrigo, el barco se tumba otra vez y patina en una furiosa ebullición de espuma. Unos “clacs”, unos “boums”, unos “cracs”, el barco ha sufrido. De entrada sé que el ancla de capa ya está perdida, y tendré que volver a empezar. Elegí ser marino, ahora hay que currarselo, asumir. (Todavía no sabía que pronto no me quedarían más fuerzas para cumplir con todo eso.)
Otra vez en cubierta, gruño, me vuelvo animal. Asumo el riesgo de abrir los tambuchos, y saco dos bidones vacíos a los que quito los tapones, y un cable blando y resistente. Vuelta hacia proa, otra vez arrastrándome. No será en las nalgas que acabaré desgastando mi encerada, por estas latitudes, sino en el abdomen! Un lado del cable firme a la cornamusa, el otro lado atado a los bidones, lo tiro todo por la proa. Increíble, llevados por el viento los bidones se niegan a aterrizar a estribor y tratan de enrollarse alrededor del barbiquejo del botalón. Constato, además, que éste está especialmente blando. Con todas mis fuerzas vuelvo a lanzar, y esta vez lo consiguo. Vuelvo a alcanzar mi refugio mientras el barco aproa poco a poco, a medida que los bidones se van rellenando. Esta vez va a aguantar, espero. Acabo de encerrarme en la cabina y realizo angustiado que ya no puedo hacer nada mas que esperar a que lleguen horas mejores. Me estiro en un banquito, empapado, Pipalup calafateado en el hueco entre mis brazos. Pip es una gatita cachorra que he recogido, hambrienta y en estado lamentable, en los docks de Dutch Harbor. La chavala, confiada, ronronea de placer al apegarse a su marinero, sin hacer caso al peligro y más cómoda que yo. Hasta que.…
Un choque horrible, no hay palabras para describirlo. Una ola de una potencia increíble, como si hubiera chocado contra una roca, pero una roca que puso rumbo a toda máquina a por la Chimère. En el interior, el barco es afectado por una especie de implosión. Un rugido que parece durar por horas, como el sonido de una lavadora llena de vidrios y tuercas. Sí, es completamente eso, un ruido que gira en un tambor y dura, Dios mío. Todo queda en negro, estoy seriamente golpeado por mi propio barco, y quedo enterrado bajo sus ruinas. El techo se convierte en el piso y todo colapsa encima mío. Herramientas, latas, cocina, calefacción, planchas del suelo, en fin: todo el barco, colapsado sobre mí, que quedo implacablemente aplastado al techo. La Chimère se hunde.
El agua brota a través del mástil, que actúa como una herida abierta en la cubierta, cuando el barco está al revés. ¡Y qué caudal! Nuevo redoble de tambores, de vidrios, de tuercas. La Chimère se está recuperando, ayudada por el peso de su quilla. Y de nuevo en la otra dirección, el estruendo, el dolor, el horrible ruido de la agonía de la embarcación. Revolcado en una pila indescriptible de basura estoy aturdido, KO.
Siento los géiseres sucios y repugnantes congelar mi cara, son los 15 metros del mástil que termina de vaciarse desembocando en la cabina. Trato de levantarme, para recuperar la orientación, pero es demasiado duro en medio de lo que no es más que una montaña de basura como las que hay en los vertederos. Puedo encontrar el cuadro eléctrico, pero está completamente desmantelado. Sin embargo, sorprendentemente, cuando activo la bomba de achique el “vrrr” suave se pone en marcha. Venga Manu, hay que volver a poner todo en orden! Mierda, la gata… Pip? Pip, mierda … No la encuentro. ¿Y cómo podría encontrarla debajo de todas las cosas pesadas, cortantes, acumuladas ahora bajo mis pies? Yo quería salvarla de una muerte casi segura y al final le ofrecí una igualmente atroz. Porque de eso se trata, sin duda, ninguna mascota podría sobrevivir a esto… quedo totalmente desconcertado.
Pero no hay que pensar, hay que actuar porque me estoy hundiendo. Sin bajar el nivel, la bomba parece almenos compensar el agua que entra, ¿pero por cuánto tiempo? Con toda el agua que lleva, el barco balancea peligrosamente con un ruido insoportable de resaca. Me atrevo a salir a cubierta, para hacer balance de los daños. El piloto de viento está torcido e inutilizable, la pala del timón está cascada y responde solo a medias, la mitad de los paneles solares están doblados o fisurados, otros desaparecieron. Increíblemente el palo y la jarcia siguen en pié. Sotavento unos candeleros están torcidos y me parece ver que el casco se ha deformado en algunos puntos, machacado. Al tocarlo, me da unas descargas: cortocircuito. Pronto no tendré más chicha para alimentar la bomba, ni timón para gobernar, es sólo cuestión de tiempo. La cubierta está limpia, de un blanco inmaculado, el mástil y las velas están allí, al primer vistazo el barco parecería casi apto a seguir navegando! Qué frustración… Quien achicará el agua que sigue entrando una vez que la bomba no girará más y que yo tenga que arreglar la tapa del tambucho medio arrancada? Y mientras me esté construyendo un timón de emergencia? Y cuando tenga que maniobrar? Y dormir? Pero por dónde entra esta puñetera agua? Un pasacasco parcialmente arrancado? La limera del timón? Mierda, mi barco se desarma y yo no puedo hacer nada.
Vuelvo rápidamente al amparo de la cabina y milagrosamente encuentro cigarrillos y mechero de socorro, bien secos en su escondite. Entre ávidas caladas al cigarro salvador, despejo dentro de lo que cabe la cabina, para poder pasar. Pero enseguida otra ola nos rompe encima, todo vuela y se revuelve de nuevo, y más agua, todavía, por todos lados. ¡Mierda, no hay salida, coño! la voy a perder, La Chimère!
Bueno, ahora se trata de no palmarla con ella, ni esperarse a estar en la balsa salvavidas para encender la radiobaliza. Clac. Un LED rojo, uno blanco, otro rojo, etc. Una impresión de déjà-vu… Por lo menos esta vez no tendré que leer las instrucciones antes de poner en marcha el aparato.…
Y este puto sollozo que no llego a controlar. Mierda, mi barco, mi vida, lo que soy. No hay futbolistas sin piernas, ni gitanos sin caravana. Es una parte de mí que agoniza.
El océano sabe a lágrimas, y también a sangre, que cuela a lo largo de mi ojo, de mi nariz, hasta mis labios. No hay que pensar, hay que actuar. Achicar, despejar, tratar inútilmente de volver a dejar el barco limpio, como un condenado que decide llegar al paredón con estilo, vistiendo su mejor traje. Mi Chimère… no puedes hundirte, no de esta manera. No será una tempestad frígida y timorata como esta que acabará con tu casco, has conocido de mucho peor. Peor que este temporal, si. Pero de ESTA ola…
Con honor, barquito mío. Con la cabeza alta y el mástil de pié hasta al final. Si solo tuviera la fuerza de acompañarte, me libraría de un futuro sin vida. Pero amo demasiado el aire que rellena mis pulmones para renegarlo en favor de las profundidades oceánicas.
Entonces espero. Una llamada VHF, una luz en el horizonte, un signo de liberación. Las horas se suceden y no pasa nada. Y la verdad es que es normal, ya que no son lugares donde suelen navegar muchos buques, sino más bien el revés, y sobretodo en esta temporada del año. Lo sabía de antemano, me la jugué y perdí.
Sin llegar a disminuir el nivel del agua, sigo todavía compensando más o menos la que entra con mis medios de achique. Tengo buenas posibilidades de mantener a flote mi barco hasta la llegada de… no sé. La baliza está activada, claro, pero ¿cómo saber si emite de verdad? Momentos de dudas. Luego todo pasa de golpe. Pipalup que surge temblante y congelado desde abajo de un cúmulo de harina y papeles mojados, el avión de la guardia costera que me contacta mientras me sobrevuela y la noticia del cambio de rumbo del Tor Viking que se dirige hacia mi y cuenta alcanzarme dentro de 3 o 4 h.
Se me va a hacer largo, pero es viable, si no vuelvo a comerme olas de este calibre. Y sobre todo, no tengo que embarcar más agua… Afuera, una ebullición atroz, tristemente familiar, anuncia la carga de una serie de olas sucesivas, sin embargo La Chimère se porta como un corcho y se escaquea milagrosamente. Empapado hasta la médula, llevo ya una decena de horas marinando en el agua de mi cabina. Me siento débil y estoy tiritando, Pipalup entre mis brazos me lame y me limpia la sangre de la cara. Trato de activarme de una vez, para no perder las fuerzas, pero por mucho que pueda gruñir, golpearme, e intentar de todo para calentarme el cerebro, la única bestia que queda en mi es un animal herido que lucha ya solo para encontrar la fuerza de moverse. Por fin el rompe-hielo está a la vista. Charlamos de la maniobra y los chicos parecen saber lo que hacen. ¡Pero Dios mío qué intenso va a ser este último esfuerzo! Porque todavía no estoy a salvo, ni mucho menos. Habrá que saltar… una mochila pesada en los hombros, mi bolso en bandolera y la gata en el interior de mi encerada, siento en un instante que así de cargado no podré hacer otra cosa que hundirme a pico. Sin embargo la adrenalina sube. Perpendicular a La Chimère, el buque ya está suficientemente cercano para que me tiren un cabo que me afirmo al arnés. Balanceando espantosamente a causa del mar todavía fuerte, el Tor Viking no demora mucho en empezar a chocar contra la Chimère. el botalón vuela como una ramita, doblándose al primer golpe y partiéndose de cuajo al segundo. De la misma forma soy catapultado, empujado, y a veces me echo atrás justo a tiempo para evitar de quedar chafado entre los dos cascos. Entreveo una abertura. De pié en la extremidad de mi velero, empiezo un primer tentativo de salto pero me retiro precipitosamente hacia atrás. Un instante más y seguramente hubiera quedado aplastado. Un nuevo intento: las piernas se doblan, las manos se liberan, salto. Agarro la regala del rompe-hielo y aprovecho todo el peso de mi mochila para lanzarme al otro lado del pasamano en la continuidad del salto. Hay que hacerlo todo del tirón, ya que si intentara la acrobacia en dos tiempos me caería inevitablemente hacia atrás. De cabeza, me desplomo en la pasarela exterior, barrida constantemente por las olas e inmediatamente varias manos me agarran, me levantan y me llevan antes de que me atrape el océano. Y luego todo va demasiado rápido, me acompañan, me auscultan, no me dejan el tiempo de llorar mi barco que desaparece a lo lejos. Cada cual se esmera con amables atenciones hacia mi persona: uno me ofrece ropa, otro toallas, después una buena comida caliente, y todo el mundo me cree finalmente aliviado y calmado por el hecho de estar en seguridad. Nadie se puede imaginar que el verdadero sufrimiento, el profundo malestar, es paradójicamente ahora que toma forma, ahora que la parte más bella de mi alma eligió quedarse a bordo de La Chimère. Qué pueda volver a nacer de sus cenizas, como lo hizo en el pasado.”
Tomé un avión para volver a Francia, y en menos de un mes compré esta segunda Chimère. Tres meses después estaba otra vez en ruta por España, las Canarias y las Antillas, adonde ahorré bastante pasta haciendo de podador de palmeras de coco y así pude preparar decentemente mi barco para el pasaje del Noroeste. Luego vino la remontada en pleno invierno hasta las Bermudas, Nueva Escocia y Saint-Pierre-et-Miquelon, en condiciones glaciales y constantemente machacado por una serie de tempestades. Lo hice a propósito porque había que testar el barco y el navegante para el futuro pasaje del Noroeste. En primavera remonté hacia Groenlandia, luego me lanzé a los famosos pasajes del Noroeste.
Salí de allí por mitad de septiembre y me di prisa a bajar hacia las islas Aleutinas antes de ser alcanzado por el invierno. Lo que pasó después ya te lo sabes… Nunca había perdido un barco, antes, pero esa historia de timón roto y del petrolero era la primera radiobaliza activada.
Parece que consideras tu manera de vivir como una forma de alejarte de la sociedad: ¿cuáles son los valores y los aspectos de la sociedad moderna que no compartes?
Los valores y los aspectos de la sociedad moderna que no me gustan… no sabría por dónde empezar. Es un conjunto de cosas. El hecho que se le proponga a los jóvenes un único esquema posible de vida, que no se les deje imaginar que existen muchas otras maneras de realizarse en esta vida, el hecho de que se intente hacer de ellos un rebaño de ovejas todas iguales hasta al último detalle, mientras nuestra riqueza viene en realidad de nuestras diferencias, que se cultive el miedo y el temor para mantener el pueblo sumiso, o porque un día fui a una comisaría a denunciar no sé qué chorrada y salí de allí al día siguiente, hinchado a ostias por aquellos mismos que se supone representan nuestra justicia…
Hay también esto, que nos dicen constantemente que todo va mal, que hay crisis, y nos empujan a endeudarnos para mantenernos cada vez más sometidos a la voluntad de los poderosos.
Nos dejan bajar a la calle, manifestarnos, quemar de vez en cuando un par de coches para darnos la ilusión de tener algo de voz en capítulo y de luchar por nuestros derechos, pero cuando cada cual vuelve a su casa a la noche, agotado de haber gritado por las calles, al final es siempre la misma mierda.
Y luego no sé… la gente pringa, suda, se agota, pero a final de mes va de culo como siempre, siempre con las mismas angustias, y al final uno se vuelve viejo incluso antes de haberse tomado el tiempo de ser joven.
Hiciste tu elección de vida muy joven… no lo lamentas nunca?
Obviamente hay veces que pienso en mi familia, en mi ahijada que no veo crecer, en mi abuela que se pone mayor sin que yo pueda acompañarla en sus últimos años de vida. A veces, cuando me encuentro en una fase un poco tensa de mi vida, cuando empiezo a pasar hambre, me sorprendo imaginando el calor de un hogar, de una familia, las risas de mis niños alrededor mío y una linda rutina, con el cartero que me saludaría por mi nombre cada mañana y el panadero que me serviría el pan sin yo tener que precisar cuál. Pero en cuanto trato de pasar algún tiempo en algún lado, enseguida me muero por volver a partir, ese instinto me consume y me tortura. Y si no suelto amarras cuanto antes, me caigo rápidamente hasta al fondo de un pozo negro de desesperación.
Ves esos curas, se sienten atraídos por Dios y le consagran toda su vida. Yo no encontré Dios, aunque me hubiera gustado. Pero a veces comparo esta vocación a la atracción del navegante por el océano. Es para toda la vida, como una dulce maldición.
Además pones un albatros en Paris, y está completamente jodido, no tiene futuro. Una paloma en Cabo de Hornos tampoco.
Tienes una niña??
No, una ahijada. Soy el padrino de una niña…
Ahh… No conocía esta palabra! …¿qué piensas de los jovenes que en los últimos años trataron de establecer récord como la chica más jóven en completar una vuelta al mundo en solitario? Y de regatas como la Vendée Globe?
¿La chavala de 16 años que hizo una circunnavegación sin escalas? Diría que es insultante para todos los que se lo han tenido que currar un montón para tratar de hacerse un nombre y lanzarse en la competición de altura, con sus recursos minúsculos mas una determinación infernal. Su papá le compró un barco bien bonito, y en caso de marrones era constantemente a su lado para recuperarla. ¿Dónde está la hazaña si no hay más riesgo? Eso no quita que la chavalita tiene que ser un pedazo de navegante hecho y derecho, pero no comparto la actitud general acerca de este desafío.
La Vendee Globe? Una matada!!!!! Esta sí que es una competición de altura. Una mezcla de velocidad y resistencia, hay que saber preservar su barco aún yendo rápido. Pienso que este tipo de regata es el apogeo del marino. Una experiencia personal, espiritual y emocional que tiene que estar a la altura de la prestación deportiva.
Última pregunta: ¿este hundimiento te ha enseñado algo? Es por eso que quieres pasar a un casco más grande?
No diría que he aprendido algo que ya no supiera. Toda la vida aprenderé más y más del mar, pero este episodio era destinado más bien a enseñarme la fuerza de la resiliencia cuando te toca volver a empezar todo desde cero. Recibí muchos mensajes de ánimo, y estoy verdaderamente tocado por el calor de vuestras palabras, por su apoyo. Es tan bueno, a veces, recibir un poco de consuelo… además eso confirma lo que a veces me digo: no navego verdaderamente solo, sino que son todas estas personas que hacen vivir el sueño, que dan cuerpo a la Chimère, que me acompañan a lo largo de mis rutas.
El casco un poco más grande, es también por eso, si. Aún que estoy convencido que mi barco era tan marino como uno más grande (era verdaderamente un velero excepcional) y que una ola como esa hubiera dado vuelta incluso a un barco dos veces más grande. Pero sobretodo es para dejarme abierta la posibilidad de Viajar en familia, si un día el Corazón me lo sugiere…