El 11 de marzo harán 6 años desde la tremenda concatenación de terremoto y tsunami que devastó la planta nuclear de Fukushima Daiichi. Eso no significa que el desastre pasó hace 6 años, sino que empezó hace 6 años, y durará todavía varias décadas (se calcula que el desmantelamiento de la central tomará entre 30 y 40 años).
A pesar de que estén circulando por internet muchos artículos alarmistas sobre este tema, que a menudo carecen de toda credibilidad y fundamento científico, sí es cierto que por otro lado los medios oficiales han dejado de informar sobre lo que está pasando, para salvaguardar los intereses del nuclear (encabezados por Francia, que ha basado en esta industria gran parte de su economía, como explica muy bien este documental emitido la semana pasada por TF2)
En marzo 2011 los reactores 1, 2 y 3 sufrieron fusiones parciales de sus núcleos, y ha sido comprobado que en la unidad 2 las barras de combustible se fundieron lo suficiente como para perforar la vasija de presión y acumularse en el fondo de la de contención (si es que el magma radioactivo no ha llegado a penetrar hasta el subsuelo…)
La semana pasada dos tentativas de explorar con robots el interior de ese reactor fracasaron parcialmente, debido a una concentración de radiaciones tan elevada que, además de ser suficiente para matar a cualquier ser vivo en menos de 2 minutos, resulta comprometedora también para el funcionamiento de los aparatos más sofisticados. En otros términos, la solución está todavía por pensar, ya que de momento no se ha llegado siquiera a una diágnosis exacta de los daños.
Mientras tanto, sigue el enfriamiento de los reactores con agua (en un primer momento se hizo directamente con agua de mar) a un ritmo de unos 300.000 litros por día, que salen gravemente contaminados con partículas radioactivas, y son supuestamente almacenados en “piscinas” y depósitos para su futuro tratamiento (?). Muchas fuentes de información sospechan que últimamente estas aguas residuales sean vertidas directamente en el Océano. De todas formas, estos depósitos construidos a toda prisa y sin el suficiente mantenimiento sufren a menudo perdidas, sin mencionar que la zona sigue siendo considerada potencialmente sísmica, con lo cual hay un riesgo real de que otro terremoto comprometa las balsas de contención y complique más aún la precaria situación de la planta.
En qué medida estos vertidos están afectando al Océano Pacífico? Los estudios científicos efectuados son pocos y aleatorios, cuando la gravedad del asunto merecería un monitoreo más constante de los radionúclidos artificiales en las aguas de todo el Pacífico, y no solo en el nordeste del archipiélago japonés. Jordi Vives i Batlle, que trabaja por el Belgian Nuclear Research Centre, analizó el año pasado el impacto en la fauna marina, mientras el Dr. Pere Masqué de la UAB, que encabeza el proyecto europeo FRAME (en colaboración con la fundación STAR/COMET), constató en 2013 que las cantidades de Estroncio 90, Cesio 134 y Cesio 137 a proximidad de la planta eran respetivamente 9, 50 y 100 veces superiores a los valores registrados antes del accidente. En general, estos estudios concuerdan en resumir sus resultados como “menos preocupantes de lo previsto”, pero advierten de la parcialidad de sus búsquedas y aconsejan profundizar con más análisis.
Es importante mantenerse informados sobre esta crisis ecológica directamente desde fuentes de divulgación científica, ya que si por un lado los medios oficiales eluden el argumento, por otro lado el sujeto se presta a mucho vuelo apocalíptico por parte de alarmistas y complotistas, que con sus fantasiosas publicaciones acaban haciendo involuntariamente el juego de los sostenedores del nuclear, los cuales, ridiculizando estos artículos poco serios, aprovechan para tratar de paranóicos e ignorantes a los activistas que justamente abogan por un abandono total de esta tecnología costosa, peligrosa y contaminante.
La mejor página web para estar al tanto de las informaciones científicas más actuales acerca de este tema es sin duda nuclear-news.net, y en particular su sección sobre novedades desde Fukushima; también tienen una sección muy interesante de artículos sobre cambiamentos oceanográficos producidos por mano del hombre.
Sin embargo el verdadero problema, como siempre, es más bien político que científico: la gestión de una catástrofe que está comprometiendo no solamente la salud pública de Japón, sino los ecosistemas del intero Océano Pacífico, está desde el principio en las manos de una empresa privada, la TEPCO, cuyo objetivo -como el de cualquier empresa cotizada en bolsa- es limitar los gastos económicos y maximizar las ganancias. ¿No se tendría más bien que considerar esta emergencia una amenaza para el Planeta, y por lo tanto invertir todos los recursos posíbles para solucionarla? ¿No tendría que ser una comisión internacional, financiada por los gobiernos de todo el mundo, a desarrollar la tecnología necesaria para hacer frente a esta crisis atómica? Así la piensan los activistas californianos de FukushimaResponse y de FixFukushima.info, que están promoviendo una petición para declarar los acontecimientos de la central un desastre nuclear de “nivel 8”.
Lamentablemente, los radionúclidos artificiales que están contaminando el Pacífico ahora desde el Japón, y antes desde la Polinesia (con la experimentación de armamento atómico entre los años ’50 y ’80), no dejan de ser una amenaza más entre muchas otras, y probablemente la menos letal. El calentamiento global, el vertido de fertilizantes, hidrocarburos, residuos químicos y plásticos, y hasta la pesca industrial son agresiones igual de severas hacia la salud de los Océanos, que están causando proliferaciones de algas tóxicas, zonas de aguas muertas por deoxigenación, y otros desequilibrios que conllevan cada vez más episodios de muerte masiva de fauna marina en el mundo entero. Así que por un lado hay que ser concientes de que la crísis nuclear en Fukushima está lejos de ser un capítulo cerrado, pero por otro lado hay que tener en cuenta que la mayoría de síntomas del malestar de nuestros Océanos están más bien correlados a otros factores, como el cambio climático, que naturalmente no deja de ser una consecuencia de las actuaciones suicidas del ser humano.